Nicolás Guillén 1942. Foto: Archivo
La poesía de Nicolás Guillén rezuma los sellos de la cubanía, la musicalidad de esta nación, las batallas sociales y políticas por décadas, la voluntad de un pueblo, la pureza de un ideal, lo impuro de la especie humana. A 120 años de su natalicio volvamos a recitar a Guillén y a oirlo también de propia voz.
La palma que está en el patio, nació sola; creció sin que yo la viera, creció sola; bajo la luna y el sol, vive sola.
Con su largo cuerpo fijo, palma sola, sola en el patio sellado, siempre sola, guardián del atardecer, sueña sola.
La palma sola soñando, palma sola, que va libre por el viento, libre y sola, suelta de raíz y tierra, suelta y sola, cazadora de las nubes, palma sola, palma sola, palma.
¿Po qué te pone tan brabo, cuando te dicen negro bembón, si tiene la boca santa, negro bembóm?
Bembón así como ere tiene de tó; Caridá te mantiene, te lo dá tó.
Te queja todavía, negro bembón; sin pega y con harina, negro bembón, majagua de drí blanco, negro bembón; sapato de dó tono, negro bembón.
Bembón así como ere tiene de tó; Caridá te mantiene, te lo dá tó.
Sombras que sólo yo veo, me escoltan mis dos abuelos.
Lanza con punta de hueso, tambor de cuero y madera: mi abuelo negro. Gorguera en el cuello ancho, gris armadura guerrera: mi abuelo blanco.
Pie desnudo, torso pétreo los de mi negro; pupilas de vidrio antártico las de mi blanco.
África de selvas húmedas y de gordos gongos sordos… —¡Me muero! (Dice mi abuelo negro). Aguaprieta de caimanes, verdes mañanas de cocos… —¡Me canso! (Dice mi abuelo blanco). Oh velas de amargo viento, galeón ardiendo en oro… —¡Me muero! (Dice mi abuelo negro.) ¡Oh costas de cuello virgen engañadas de abalorios…! —¡Me canso! (Dice mi abuelo blanco.) ¡Oh puro sol repujado, preso en el aro del trópico; oh luna redonda y limpia sobre el sueño de los monos!
¡Qué de barcos, qué de barcos! ¡Qué de negros, qué de negros! ¡Qué largo fulgor de cañas! ¡Qué látigo el del negrero! Piedra de llanto y de sangre, venas y ojos entreabiertos, y madrugadas vacías, y atardeceres de ingenio, y una gran voz, fuerte voz, despedazando el silencio. ¡Qué de barcos, qué de barcos, qué de negros!
Sombras que sólo yo veo, me escoltan mis dos abuelos.
Don Federico me grita y Taita Facundo calla; los dos en la noche sueñan y andan, andan. Yo los junto.
—¡Federico! ¡Facundo! Los dos se abrazan. Los dos suspiran. Los dos las fuertes cabezas alzan: los dos del mismo tamaño, bajo las estrellas altas; los dos del mismo tamaño, ansia negra y ansia blanca, los dos del mismo tamaño, gritan, sueñan, lloran, cantan. Sueñan, lloran. Cantan. Lloran, cantan. ¡Cantan!
Tendida en la madrugada, la firme guitarra espera: Voz de profunda madera desesperada.
Su clamorosa cintura, en la que el pueblo suspira, preñada de son, estira la carne dura.
Arde la guitarra sola, mientras la luna se acaba; arde libre de su esclava bata de cola.
Dejó al borracho en su coche, dejó el cabaret sombrío, donde se muere de frío, noche tras noche,
y alzó la cabeza fina, universal y cubana, sin opio, ni mariguana, ni cocaína.
¡Venga la guitarra vieja, nueva otra vez al castigo con que la espera el amigo, que no la deja!
Alta siempre, no caída, traiga su risa y su llanto, clave las uñas de amianto sobre la vida.
Cógela tú, guitarrero, límpiale de alcol la boca, y en esa guitarra, toca tu son entero.
El son del querer maduro, tu son entero; el del abierto futuro, tu son entero; el del pie por sobre el muro, tu son entero. . .
Cógela tú, guitarrero, límpiale de alcol la boca, y en esa guitarra, toca tu son entero.
Para hacer esta muralla, tráiganme todas las manos: los negros, sus manos negras, los blancos, sus blancas manos.
Ay, una muralla que vaya desde la playa hasta el monte, desde el monte hasta la playa, bien, allá sobre el horizonte.
—¡Tun, tun! —¿Quién es? —Una rosa y un clavel... —¡Abre la muralla! —¡Tun, tun! —¿Quién es? —El sable del coronel... —¡Cierra la muralla! —¡Tun, tun! —¿Quién es? —La paloma y el laurel... —¡Abre la muralla! —¡Tun, tun! —¿Quién es? —El alacrán y el ciempiés... —¡Cierra la muralla!
Al corazón del amigo, abre la muralla; al veneno y al puñal, cierra la muralla; al mirto y la hierbabuena, abre la muralla; al diente de la serpiente, cierra la muralla; al ruiseñor en la flor, abre la muralla...
Alcemos una muralla juntando todas las manos: los negros, sus manos negras, los blancos, sus blancas manos. Una muralla que vaya desde la playa hasta el monte, desde el monte hasta la playa, bien, allá sobre el horizonte...
La Paloma de vuelo popular (1958)
Cuando me veo y toco yo, Juan sin Nada no más ayer, y hoy Juan con Todo, y hoy con todo, vuelvo los ojos, miro, me veo y toco y me pregunto cómo ha podido ser.
Tengo, vamos a ver, tengo el gusto de andar por mi país, dueño de cuanto hay en él, mirando bien de cerca lo que antes no tuve ni podía tener. Zafra puedo decir, monte puedo decir, ciudad puedo decir, ejército decir, ya míos para siempre y tuyos, nuestros, y un ancho resplandor de rayo, estrella, flor.
Tengo, vamos a ver, tengo el gusto de ir yo, campesino, obrero, gente simple tengo el gusto de ir (es un ejemplo) a un banco y hablar con el administrador no en inglés, no en señor, sino decirle compañero, como se dice en español.
Tengo, vamos a ver, que siendo un negro nadie me puede detener a la puerta de un dancing o de un bar. O bien en la carpeta de un hotel gritarme que no hay pieza, una mínima pieza y no una pieza colosal, una pequeña pieza donde yo pueda descansar.
Tengo, vamos a ver, que no hay guardia rural que me agarre y me encierre en un cuartel, ni me arranque y me arroje de mi tierra al medio del camino real. Tengo que como tengo la tierra tengo el mar, no country, no jailáif, no tenis y no yacht, sino de playa en playa y ola en ola, gigante azul abierto democrático: en fin, el mar.
Tengo, vamos a ver, que ya aprendí a leer, a contar, tengo que ya aprendí a escribir y a pensar y a reír. Tengo que ya tengo donde trabajar y ganar lo que me tengo que comer. Tengo, vamos a ver, tengo lo que tenía que tener.
Yo no voy a decirte que soy un hombre puro. Entre otras cosas falta saber si es que lo puro existe. O si es, pongamos, necesario. O posible. O si sabe bien. ¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura, el agua de laboratorio, sin un grano de tierra o de estiércol, sin el pequeño excremento de un pájaro, el agua hecha no más de oxígeno e hidrógeno? ¡Puah!, qué porquería.
Yo no te digo pues que soy un hombre puro, yo no te digo eso, sino todo lo contrario. Que amo (a las mujeres, naturalmente, pues mi amor puede decir su nombre), y me gusta comer carne de puerco con papas, y garbanzos y chorizos, y huevos, pollos, carneros, pavos, pescados y mariscos, y bebo ron y cerveza y aguardiente y vino, y fornico (incluso con el estómago lleno). Soy impuro ¿qué quieres que te diga? Completamente impuro. Sin embargo, creo que hay muchas cosas puras en el mundo que no son más que pura mierda. Por ejemplo, la pureza del virgo nonagenario. La pureza de los novios que se masturban en vez de acostarse juntos en una posada. La pureza de los colegios de internado, donde abre sus flores de semen provisional la fauna pederasta. La pureza de los clérigos. La pureza de los académicos. La pureza de los gramáticos. La pureza de los que aseguran que hay que ser puros, puros, puros. La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia. La pureza de la mujer que nunca lamió un glande. La pureza del que nunca succionó un clítoris. La pureza de la que nunca parió. La pureza del que no engendró nunca. La pureza del que se da golpes en el pecho, y dice santo, santo, santo, cuando es un diablo, diablo, diablo. En fin, la pureza de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro para saber qué cosa es la pureza.
Punto, fecha y firma. Así lo dejo escrito.
No porque hayas caído tu luz es menos alta. Un caballo de fuego sostiene tu escultura guerrillera entre el viento y las nubes de la Sierra.
No por callado eres silencio. Y no porque te quemen, porque te disimulen bajo tierra, porque te escondan en cementerios, bosques, páramos, van a impedir que te encontremos, Che Comandante, amigo.
Con sus dientes de júbilo Norteamérica ríe. Mas de pronto revuélvese en su lecho de dólares. Se le cuaja la risa en una máscara, y tu gran cuerpo de metal sube, se disemina en las guerrillas como tábanos, y tu ancho nombre herido por soldados ilumina la lucha americana con una estrella súbita, caída en medio de una orgía. Tú lo sabías, Guevara, pero no lo dijiste por modestia, por no hablar de ti mismo, Che Comandante, amigo.
Estas en todas partes. En el indio hecho de sueño y cobre. Y en el negro revuelto en espumosa muchedumbre, y en el ser petrolero y salitrero, y en el terrible desamparo de la banana, y en la gran pampa de las pieles y en el azúcar y en la sal y en los cafetos, tú, móvil estatua de tu sangre como te derribaron, vivo, como no te querían, Che Comandante, amigo.
Cuba te sabe de memoria. Rostro de barbas que clarean. Y marfil y aceituna en la piel de santo joven. Firme la voz que ordena sin mandar, tierna y dura de jefe camarada. Te vemos cada día ministro, cada día soldado, cada día gente llana y difícil cada día. Y puro como un niño o como un hombre puro, Che Comandante, amigo.
Pasas en tu descolorido, roto, agujereado traje de campaña. El de la selva, como antes fue el de la Sierra. Semidesnudo el poderoso pecho de fusil y palabra, de ardiente vendaval y lenta rosa. No hay descanso. ¡Salud, Guevara! O mejor todavía desde el hondón americano: Espéranos. Partiremos contigo. Queremos morir para vivir como tú has muerto, para vivir como tu vives, Che Comandante, amigo.
No me dan pena los burgueses vencidos. Y cuando pienso que van a darme pena, aprieto bien los dientes y cierro bien los ojos. Pienso en mis largos días sin zapatos ni rosas. Pienso en mis largos días sin sombrero ni nubes. Pienso en mis largos días sin camisa ni sueños. Pienso en mis largos días con mi piel prohibida. Pienso en mis largos días.
—No pase, por favor. Esto es un club. —La nómina está llena. —No hay pieza en el hotel. —El señor ha salido. —Se busca una muchacha. —Fraude en las elecciones. —Gran baile para ciegos. —Cayó el Premio Mayor en Santa Clara. —Tómbola para huérfanos. —El caballero está en París. —La señora marquesa no recibe.
En fin, que todo lo recuerdo. Y como todo lo recuerdo, ¿qué carajo me pide usted que haga? Pero además, pregúnteles. Estoy seguro de que también recuerdan ellos.
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Felicito emocionada al sitio Cubadebate por esta acertada selección de poemas como homenaje a nuestro Guillén. Es un bello regalo para todos. Muchas gracias
Excelente regalo para los lectores de Cubadebate y excelente y merecido homenaje a Guillén.
Felicitaciones cubanos por ser parte del hado Nicolás Guillén.
El gran Nicolas es un verdadero tesoro nacional, nunca se debe olvidar la gran poesía de este hombre impuro
Irreverente y descarnado, revolucionario y agradecido, con toda la diplomacia del poeta iracundo. Inmenso!
El poeta dignificó al negro, que siempre estuvo excluido. Es importante que las personas lean para que conozcan la realidad a la que nos quieren devolver.
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